Con su comportamiento timorato –y que a veces parece malicioso–, los partidos políticos tradicionales le están entregando, en bandeja de plata, el poder total al nuevo gobierno, configurando así una dictadura.
El mandatario salvadoreño –cualquier mandatario, especialmente este– tendría que ser un tonto o un santo para no tomar ventaja.
Y el nuevo presidente no es ni tonto ni santo.